Me desperté con la sensación de que era tarde. Había perdido el tiempo en la cama y ahora tenía prisa por ir a algún sitio, pero, ¿a dónde cojones iba a ir? Cuando pasas de los treinta, aunque no quieras, hay mañanas en las que te levantas con esas prisas por hacer algo, lo que sea, para sacar de tu cabeza todas las voces que te dicen que estás perdiendo el tiempo, que llegará el momento en el que tendrás que hacer algo con tu vida y que, éste, cada vez está más cerca. Así que me hice una taza de té para no salir a la calle desesperado y con el estómago vacío. Tenía que conseguir algo de dinero de la manera que fuera, ahorrar unos años, matarme a trabajar un tiempo para, después, poder disfrutar de no hacer nada donde más me gustara. Hacer lo que quisiera entre mis propias cuatro paredes - ¡que les den por culo a los bancos! – pensé, y, con la cabeza bien alta, poder hacerle un corte de mangas al mundo de los que te dicen qué tienes que hacer.
En la casa no estaba solo, el azar y las circunstancias habían hecho que un tipo igual de perdido que yo se hubiera venido a vivir aquí una temporada, así que, por el momento, podía decir que tenía un compañero. Siempre estaba hablando de barcos, de aquel curro, de dinero y de las mil historias que le habían pasado mientras curraba en ese crucero de mierda.
Aquello mismo era lo que yo necesitaba, así que, cuando se sentó a la mesa de la cocina para ver si le caía una taza sucia de té, le asalté con mil preguntas. Aquello parecía que le tocaba los huevos, no sé si por recordar la etapa más feliz de su vida o porque ni siquiera le había dado los buenos días antes de empezar con el tercer grado. Le serví una taza de te, le puse delante de las narices un poco de pan rancio tostado al fuego y comenzó a hablar de todo aquello. Siguió hablando durante el desayuno y a mí, a medida que se me llenaba el estómago, se me iban pasando las prisas y las ganas de hacer algo.
Cuando acabamos el té, salimos al porche de la casa en calzoncillos, nos encendimos un cigarro que no teníamos y con la cabeza bien alta, les hicimos un sonoro corte de mangas a todos los distinguidos miembros de ese barrio que nos miraban mientras iban a trabajar.