Una vez conocí a un hombre que decía haber estado al otro lado del río. Estaba tomándome un café junto a mi ventana favorita de la ciudad; desde allí se podía ver toda la ribera del río y, al otro lado, las pequeñas luces que iban poblando la otra orilla, conforme avanzaba la tarde.
Según entró por la puerta, me fijé en él. Su forma de caminar, su porte era diferente al del resto de las persona con la que habitualmente te cruzas por la calle. Apenas inclinaba los hombros hacia delante; su paso era alegre, despreocupado y la sonrisa parecía perenne en sus labios. Pidió una cerveza y se sentó junto a mí. Sacó un cigarro, me ofreció otro que acepté sin dudarlo. Hace tiempo aprendí de una mujer a aceptar un cigarro de un extraño puede ser el principio de algo hermoso
- ¿Vienes del otro lado? – pregunté mientras encendía el pitillo.
- Sí. Nunca ha estado allí, ¿verdad?
- No – sentí aquello como una mentira, pues aunque nunca había puesto allí los pies, sentía que había crecido al otro lado y que aquí, a este lado, sólo era un forastero.
- Quieres que te cuente cómo es aquello en vez de cruzarlo, ¿verdad?
- Sí, claro. Lo mismo así me decido a cruzarlo- no se podía negar el carisma especial del tipo. Una seguridad y comodidad extraña en la mayoría de la gente; igual que no podía negarse que a cada palabra que decía me parecía un gilipollas arrogante. Acabó la cerveza, pidió otra y siguió hablando
- El otro lado es espectacular – bebió un trago- nada de lo que te diga puede parecérsele. – en ese momento pensé que además de un gilipollas arrogante era también lerdo –Dicen que hay un puente que puedes cruzar, pero es tan ligero que no puedes llevar nada. El mínimo peso extra y ¡paff! Caída libre al vacío. Otros cuentan que hay un barquero que te acerca a la otra orilla, pero que debes pagarle con todo lo que tengas, así que mejor no te fíes… Lo mismo te tira al río y se queda con todo lo tuyo. Los barqueros no son gente de fiar.
- He pensado cruzarlo nadando.
- Estás loco amigo. Las corrientes son tan fuertes que no darías ni cuatro brazadas antes de que la corriente te arrastrase. Mejor busca el puente.- Estaba ya por la tercera cerveza. De momento, el muy cretino sólo hablaba de lo jodido que era cruzar el río, pero nada de lo que hay al otro lado. Por fin, después de un par de tragos, su lengua se soltó y empezó a contarme. Parecía como si allí no existiera el trabajo, las mujeres fueran sumisas amantes y la cerveza gratis. Cuando le hice ver mi visión del lugar, me dijo con una carcajada soberbia:
- No seas imbécil, parece que no entiendes nada. Allí todo es distinto. Curras cuando quieres, las mujeres son de verdad, con un par de huevos, pero jamás dejan de ser femeninas. ¡Dios, es lo mejor que he visto nunca!
- Y, ¿por qué volviste? Aquello suena como el paraíso.
- Lo es amigo, simplemente lo es, pero alguien tenía que venir a esta orilla otra vez para que los tipos como tú se animen a cruzarlo.
- Puede que sí, amigo.
Acabé mi café, me despedí del cretino y salí del local. Todo lo que me había contado no era más que mierda. Aquello ya lo había encontrado en este lado del río, así que pensé que el tipo no era más que un capullo amargado que jamás había estado al otro lado por falta de huevos. Esa misma noche me acerqué a la orilla, el agua era negra como si hubieran vertido petróleo en ella. Me desnudé y me lancé al agua para cruzar, de una vez, el maldito río a nado.
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