jueves, 18 de abril de 2013


LA MUJER MULETA.


No recuerdo cuando me convertí en una muleta.
Un día me levanté y note el inmenso peso que llevaba encima, sin saber cuánto tiempo atrás llevaba cargándolo.
Primero creo que desaparecieron mis ojos, mi boca y mi nariz; se cerraron sin más.
Más tarde mis extremidades fueron juntándose, las piernas se adhirieron una a la otra y los brazos se solaparon silenciosamente a mi tronco, evitando cualquier movimiento que me hiciera abandonar el lugar donde me había instalado.
Mis pies se convirtieron en una base bastante firme.
Todo mi cuerpo se transformó en una muleta.
Lo único que mantuve más tiempo fueron mis oídos.
¿Una muleta con oídos?, si, algo raro.
Igual no eran perceptibles, pero escuche todo por algún tiempo, mientras todo el resto de mi cuerpo permanecía ya inerte.
Igual eso fue lo que me hizo darme cuenta de que me convertí en muleta.
Nunca antes había pensado en una muleta, en su utilidad, en cómo se sentiría si pudiera sentir.
Una muleta, una simple y llana muleta, un punto de apoyo con opresión por ambos lados de su cuerpo, arriba y abajo, en un extremo y en otro.
Un marcador de pasos, una huella totalmente reconocible que camina al lado de uno de  nuestros dos pies.
Da igual que pudiera recordar cuando me convertí en una muleta.
No cambiaría nada.
Me sentiría igual que ahora mismo y que en el proceso hacia la conversión.
Lo que sé es que ahora soy una muleta, una simple y llana muleta.
Me siento fuerte asique igual soy de hierro o de acero.
Como mis ojos se cerraron no puedo saber de qué material estoy hecha.
Quizás incluso puede que sea de madera.
No creo que sea de madera.
Ha llovido mucho este invierno y no siento ningún cambio en mi materia.
Si fuera de madera probablemente estaría hinchada, agrietada y me estaría pudriendo por dentro.
Tampoco  parezco estar oxidada.
Por lo tanto tampoco soy de hierro.
Creo que soy una simple y llana muleta de acero inoxidable con agujeritos para ser regulada según la altura de la persona que la use.
El taco de lo que antes eran mis pies es de caucho.
El semicírculo que ahora está donde antes se encontraba mi cabeza es de plástico y del mismo material está rodeado el mango que sale de mi antiguo vientre, donde ahora se apoya una mano.
No tengo pruebas de ello, pero mi intuición me dice que soy así, una simple y llana muleta de acero inoxidable de las de toda la vida.
De las de toda la vida desde que existen estas muletas. Porque antes de eso la vida de este tipo de muleta no existía.
Toda la vida... me planteo si me quedare siendo una muleta toda la vida.
Bueno toda la vida desde que me convertí en muleta. Porque antes de eso mi vida de muleta no existía.
Recuerdo el día en que todo se esclareció.
Me encontré con otra mujer muleta.
Le pregunte como se había convertido en una muleta.
Me dijo que no se acordaba, pero que ya había pasado por otras cosas, que tampoco recordaba muy bien.
Había sido una estufa de leña, una tetera roja, una cortina de cuadros y una cama grande y confortable de látex.
Había ido cambiando de una a otra casi sin apreciar sus cambios por el simple hecho de descubrir lo que estaba siendo y desear fuertemente ser otras cosas.
Ahora se sentía muy feliz de ser una muleta.
Era la primera vez que no deseaba fuertemente ser otra cosa.
Se sentía muy feliz siendo una muleta.
Irradiaba mucha confianza.
Era una muleta de las de acero de toda la vida desde que se descubrieron estas muletas pero con un toque moderno, mas aerodinámica y actual.
Sigo sin recordar cuando me convertí en una muleta. 
Ahora soy una cuchara sopera.
Una cómoda y original cuchara sopera de diseño bastante discreta.
He descubierto que soy una cuchara sopera, y seguramente en dos días quiera ser un sofá antiguo o una inmensa pecera, pero ahora mismo estoy bien siendo una cuchara sopera.
No recuerdo cuando me convertí en una cuchara sopera.

domingo, 17 de junio de 2012

hoy solo querría un abrazo
no decir nada que fuera dicho con los labios
quedarme dormido bajo el sol
sobre tu tripa
hoy solo querría no saber nada más
no añorar el tiempo que se ha quedado atrás
ni la gente que se ha transformado
hoy solo querría coger una mano tan insegura como la mía
y lanzarme a caminar sin rumbo
para acabar perdido en cualquier lugar
ver las estrellas
salir de este mundo
hoy solo querría vagar por el anonimato de la existencia
con una fiel compañía
sin palabras
sin promesas
sin vergüenza...

domingo, 20 de febrero de 2011

PERDIDOS


Me desperté con la sensación de que era tarde. Había perdido el tiempo en la cama y ahora tenía prisa por ir a algún sitio, pero, ¿a dónde cojones iba a ir? Cuando pasas de los treinta, aunque no quieras, hay mañanas en las que te levantas con esas prisas por hacer algo, lo que sea, para sacar de tu cabeza todas las voces que te dicen que estás perdiendo el tiempo, que llegará el momento en el que tendrás que hacer algo con tu vida y que, éste, cada vez está más cerca. Así que me hice una taza de té para no salir a la calle desesperado y con el estómago vacío. Tenía que conseguir algo de dinero de la manera que fuera, ahorrar unos años, matarme a trabajar un tiempo para, después, poder disfrutar de no hacer nada donde más me gustara. Hacer lo que quisiera entre mis propias cuatro paredes - ¡que les den por culo a los bancos! – pensé,  y, con la cabeza bien alta, poder hacerle un corte de mangas al mundo de los que te dicen qué tienes que hacer.

En la casa no estaba solo, el azar y las circunstancias habían hecho que un tipo igual de perdido que yo se hubiera venido a vivir aquí una temporada, así que, por el momento, podía decir que tenía un compañero. Siempre estaba hablando de barcos, de aquel curro, de dinero y de las mil historias que le habían pasado mientras curraba en ese crucero de mierda.

Aquello mismo era lo que yo necesitaba, así que, cuando se sentó a la mesa de la cocina para ver si le caía una taza sucia de té, le asalté con mil preguntas. Aquello parecía que le tocaba los huevos, no sé si por recordar la etapa más feliz de su vida o porque ni siquiera le había dado los buenos días antes de empezar con el tercer grado. Le serví una taza de te, le puse delante de las narices un poco de pan rancio tostado al fuego y comenzó a hablar de todo aquello. Siguió hablando durante el desayuno y a mí, a medida que se me llenaba el estómago, se me iban pasando las prisas y las ganas de hacer algo.

Cuando acabamos el té, salimos al porche de la casa en calzoncillos, nos encendimos un cigarro que no teníamos y con la cabeza bien alta, les hicimos un sonoro corte de mangas a todos los distinguidos miembros de ese barrio que nos miraban mientras iban a trabajar.

jueves, 11 de noviembre de 2010

SI NO HAY PUENTE QUE CRUZAR

Una vez conocí a un hombre que decía haber estado al otro lado del río. Estaba tomándome un café junto a mi ventana favorita de la ciudad; desde allí se podía ver toda la ribera del río y, al otro lado, las pequeñas luces que iban poblando la otra orilla, conforme avanzaba la tarde.
Según entró por la puerta, me fijé en él. Su forma de caminar, su porte era diferente al del resto de las persona con la que habitualmente te cruzas por la calle. Apenas inclinaba los hombros hacia delante; su paso era alegre, despreocupado y la sonrisa parecía perenne en sus labios. Pidió una cerveza y se sentó junto a mí. Sacó un cigarro, me ofreció otro que acepté sin dudarlo. Hace tiempo aprendí de una mujer a aceptar un cigarro de un extraño puede ser el principio de algo hermoso
-          ¿Vienes del otro lado? – pregunté mientras encendía el pitillo.
-          Sí. Nunca ha estado allí, ¿verdad?
-          No – sentí aquello como una mentira, pues aunque nunca había puesto allí los pies, sentía que había crecido al otro lado y que aquí, a este lado, sólo era un forastero.
-          Quieres que te cuente cómo es aquello en vez de cruzarlo, ¿verdad?
-          Sí, claro. Lo mismo así me decido a cruzarlo- no se podía negar el carisma especial del tipo. Una seguridad y comodidad extraña en la mayoría de la gente; igual que no podía negarse que a cada palabra que decía me parecía un gilipollas arrogante. Acabó la cerveza, pidió otra y siguió hablando
-          El otro lado es espectacular – bebió un trago- nada de lo que te diga puede parecérsele. – en ese momento pensé que además de un gilipollas arrogante era también lerdo –Dicen que hay un puente que puedes cruzar, pero es tan ligero que no puedes llevar nada. El mínimo peso extra y ¡paff! Caída libre al vacío. Otros cuentan que hay un barquero que te acerca a la otra orilla, pero que debes pagarle con todo lo que tengas, así que mejor  no te fíes… Lo mismo te tira al río y se queda con todo lo tuyo. Los barqueros no son gente de fiar.
-          He pensado cruzarlo nadando.
-          Estás loco amigo. Las corrientes son tan fuertes que no darías ni cuatro brazadas antes de que la corriente te arrastrase. Mejor busca el puente.- Estaba ya por la tercera cerveza. De momento, el muy cretino sólo hablaba de lo jodido que era cruzar el río, pero nada de lo que hay al otro lado. Por fin, después de un par de tragos, su lengua se soltó y empezó a contarme. Parecía como si allí no existiera el trabajo, las mujeres fueran sumisas amantes y la cerveza gratis. Cuando le hice ver mi visión del lugar, me dijo con una carcajada soberbia:
-          No seas imbécil, parece que no entiendes nada. Allí todo es distinto. Curras cuando quieres, las mujeres son de verdad, con un par de huevos, pero jamás dejan de ser femeninas. ¡Dios, es lo mejor que he visto nunca!
-          Y, ¿por qué volviste? Aquello suena como el paraíso.
-          Lo es amigo, simplemente lo es, pero alguien tenía que venir a esta orilla otra vez para que los tipos como tú se animen a cruzarlo.
-          Puede que sí, amigo.

Acabé mi café, me despedí del cretino y salí del local. Todo lo que me había contado no era más que mierda. Aquello ya lo había encontrado en este lado del río, así que pensé que el tipo no era más que un capullo amargado que jamás había estado al otro lado por falta de huevos. Esa misma noche me acerqué a la orilla, el agua era negra como si hubieran vertido petróleo en ella. Me desnudé y me lancé al agua para cruzar, de una vez, el maldito río a nado.

CITA A CIEGAS

Un cigarrillo, acabo mi cerveza mientras cuento esta historia y me voy a casa. Estoy cansado, jodidamente cansado, pero quiero contaros la historia de un tipo al que conocí ayer en el bar. Tenía ya unas cuantas cervezas encima cuando entró por el local; al principio no le hice mucho caso cuando empezó a hablarme, así que no sé muy bien qué coño hacia un tipo guapo, cercano a los treinta, en una cafetería un jueves por la noche, en lugar de estar emborrachándose en busca de alguna perdida como él. Siempre me han llamado la atención las personas que un día antes de irse de vacaciones se ponen a planear su viaje, todo lo que van a hacer, visitar, cuánto presupuesto tienen por día y todas esas mierdas. Éste era uno de esos tipos.

Cuando se acercó a la mesa, estaba a punto de irme, así que apague mi cigarrillo y cogí mis coas cuando comenzó a hablar de esa mujer. Me encendí otro piti y puse más atención a lo que contaba. Las historias de mujeres, aunque vengan de labios de otro, siempre me despiertan.

-          Ella estaba sentada a un par de mesas de la mía. Pelo negro y una espalda salpicada de lunares que los tirantes del vestido dejaban ver. Yo estaba echando una mirada a la navaja de explorador que me habían regalado ese mismo día, uno de esos cuchillos grandes con mil utensilios extras, cuando vi que la mujer se levantaba y, con prisas, se marchaba del local. No sé por qué me fije en si había pagado, pero encima de la mesa sólo había un  papel y su móvil. Pensé que se lo había olvidado, así que me levanté y fui a su mesa para cogerlo. Por qué cogí también el papel es algo que aún  me pregunto, pero el caso es que lo hice.
-          ¿Qué decía? – pregunté fantaseando con una historia paralela en la que el móvil era el protagonista.
-          “Corra, cuando salga voy a matarle”. Me quedé leyendo la nota varias veces sin saber qué hacer. En la cafetería sólo  había tres personas, un tipo con buena pinta qué había estado mirándola todo el rato, el camarero que terminaba su turno y otra mujer que había salido poco antes que ella.
-          ¿Quién había dejado la nota?
-          En ese momento no tenia ni idea.¡ Joder!, no es algo que normalmente ocurra y me quedé bloqueado. El camarero había pasado a su lado unos minutos antes y ahora le daba el delantal a su compañero que se había cruzado en la puerta con Laura
-          ¿Cómo sabías su nombre? – aquello empezaba a sonarme a historieta fantástica de borracho.
-          Más tarde lo supe, no en ese momento. No podía imaginarme cómo iba a terminar todo…
-          ¿Y el tipo q la miraba?
-          Ese fue mi primer sospechoso. Era evidente, pero antes de que saliera, había pasado al lado de su mesa para de ir al baño. Podía haberle dejado entonces el papel…¡Llevaba 10 minutos mirándola!
-          ¿No sospechaste de la mujer?- comenzaba a ponerse nervioso, así que le presté más atención esperando que se calmara.
-          No, lo siento. Nunca piensas que una mujer sea capaz de matar a alguien
-          Serás tú el que pienses eso – me jode la gente que generaliza, como si su criterio fuera el único válido.
-          Sí, puede que sólo sea yo quien piense que una mujer es incapaz de algo así. Quizás, por lo mismo, pagué mi cuenta, cogí el móvil y salí detrás de ella. El camarero y el tipo del baño se me habían adelantado
-          Y tú corriste detrás de ella para salvarla, ¿no?
-          Así de imbécil soy, pero en esos instantes sólo  me imaginaba que alguno de esos dos la estaba acuchillando en una esquina o algo parecido
-          ¿Qué paso después?
-          Pregunté a unos chicos que estaban en la plaza y me indicaron por dónde se había ido. Entonces la vi. Eché a correr en su dirección. Laura debió de verme porque aceleró el paso. Cuando estaba a unos metros de ella, empezó a correr como una loca pidiendo ayuda. En aquel momento imaginé que estaba confundida y que creía que era yo el que le había dado la nota aquella y por eso corría, así que tomé la mejor opción en estos casos, la seguí gritando que se parara, que no le iba a hacer nada. ¡Estúpido! Si entonces hubiera sabido lo que después supe…. Un par de tipos me pararon, les enseñé el móvil, les conté por encima la historia para que me dejaran irme y así lo hicieron, aunque demasiado tarde. Cuando volví a verla, estaba hablando con una pareja de la policía. Según me vieron, vinieron hacia mí. No se qué les habría contado, pero no me dejaron ni hablar. Me detuvieron, registraron amablemente mis bolsillos y encontraron la navaja. Todo empezaba a perder sentido dentro de mí, pero para ellos debió de ser más que suficiente. Me llevaron a la comisaría esposado. Estuve allí cerca de tres horas, encerrado en una habitación donde uno de los policías me vigilaba. Pasado un buen rato, entró otro policía y me dijo que la Srta. Navarro no había presentado denuncia; se quedaron con la navaja en una bolsita de plástico, firmé mi declaración y salí a la calle.
-          ¿Así, sin más? ¿Un homicida en potencia libre porque no hay denuncia? – me miró con ojos asesinos. Su nerviosismo había crecido tanto que yo no me había dado cuenta embriagado por su historia, pensé “mierda, ya la has cagado. Ahora sacará un cuchillo y te lo clavará en un ojo”;  por suerte, siguió hablando.
-          Cuando salí de comisaría, me fui a un bar cercano. Necesitaba tomarme una cerveza y pensar en todo lo que había pasado por querer ser un buen ciudadano. Pero mi encuentro con la Srta. Navarro no terminó ahí. Al ir a pagar el camarero, vino sonriendo con una nota que decía “Gracias por correr a salvarme, Laura”. Aquella nota tenía la misma caligrafía que la del asesino; la muy cabrona había escrito las dos notas. Todo había sido una broma. Miré por el ventanal del bar y, allí, al otro lado de la calle, estaba ella sonriéndome. Me saludó y se fue andando.

Después me contó que no la había seguido. Cuando le pregunté el motivo, me dijo que para qué iba a hacerlo después de lo que había pasado. Lo miré fijamente, estaba a punto de echarse a llorar y no pude evitarlo, le di una palmada y le dije que era un buen hombre. Después me fui.
Hoy he estado en más de cinco bares en busca de la espalda de Laura Navarro y no la he encontrado. Ahora estoy cansado, muy cansado, así que me voy a casa a ver si mañana hay más suerte.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Requiem

”Mi carne puede sentir miedo; yo, no”
San Pedro acabo de leer el relato cuando abrieron la puerta del vestuario. La luz blanca de los fluorescentes formaba sombras impersonales en los rincones de la habitación. Joe, un tipo de Detroit que hacia años se había instalado en México como manager, entró en el vestuario.
-          Vamos “Potro”! Esta es tu noche!- detrás de él, escondido por el humo del cigarro de Joe, entraron Santiago y el médico. El viejo hacia años que le entrenaba, a decir verdad, era el único con los huevos suficientes para confiar en un “Potro” San Pedro que carecía de técnica, de disciplina y de juego de pies. Cuando todos le dejaron de lado después de lo de la muchacha, Santiago fue el único que siguió entrenándole como si nada hubiera pasado. Una acusación por violación de una menor pocos meses antes de luchar por el título es algo que acojona a cualquiera, a no ser que sólo te interese el dinero que ese morbo puede generar. San Pedro sabia que el viejo no se había quedado con él por la pasta, algo había en ese potro loco que sólo Santiago veía y por eso seguía con él. Mas de una vez San Pedro le había preguntado
-          Viejo, qué  cojones ves en mi? Solo soy una gran mierda.- el viejo, siempre tranquilo, apuraba su cerveza y le decía.
-          Te quejas igual que mi hijita pequeña. – Pero que “el Potro” supiera, Santiago no tenia mujer, ni hijas ni nada aparte de ese viejo gimnasio vacío y un cigarro medio encendido en los labios.

-          “Potro”, cabrón, no me falles esta noche! He puesto mucha pasta en ese culo chicano de mierda para que te rajes ahora, entiendes?- Joe estaba nervios, uno podía darse cuenta desde el primer momento. Había entrado en el vestuario sin ninguna chamaca. Había quien decía que Joe apañaba las peleas y que, por eso, “Potro” San Pedro había llegado tan lejos siendo una mierda de boxeador como era. Era un gringo con pasta y contactos, pero ahora eso daba lo mismo, temblaba igual que un colegial antes del examen final, por mucha pasta que tuviera, estaba cagado de miedo igual que todos.

Santiago termino de vendarle las manos, el médico borracho las examino y dio su aprobación a Joe. Era ridículo, Santiago llevaba vendando aquellas pezuñas durante mas de tres años cada fin de semana y nunca habían necesitado la aprobación de un médico gringo que apenas se tenía en pie. San Pedro sonrió, el médico salió del vestuario y Joe fue detrás:

- Vamos maricones, dejaros de números! Dios no va a subirse a ese ring! - Tras cerrar la puerta metálica sólo quedaron en la habitación Santiago y “El Potro” San Pedro, aspirante al título de los ligeros. El viejo saco un crucifijo de plata de debajo de la camisa, San Pedro agarró su libro entre los guantes. Aquello era lo único que no había cambiado en todos estos años de peleas, criticas, ascensos meteóricos, managers gringos y acusaciones de violación. 21 peleas, 21 ganadas por KO y el viejo seguía rezando antes de salir del vestuario. La única vez que San Pedro quiso salir antes de tiempo, el viejo le trincó los huevos por dentro del calzón y le obligó a ponerse de rodillas hasta que terminaron de rezar. Aquella velada le al “Potro” quedó claro algo que Santiago sabia, si aquel viejo cabrón rezaba, Dios no iba a tener huevos de quedarse fuera del cuadrilátero.

La megafonía anunciaba al aspirante, el público esperaba ansioso la pelea estelar de la noche, la velada había sido una mierda y Joe tomaba unas pastillas que le había dado el médico junto con una botella de güisqui. Santiago se levantó, cubrió los musculas de “El Potro” con un albornoz blanco y rojo. San Pedro, con los guantes puestos se santiguó  y salió del vestuario. El viejo sonrió mientras salía detrás de él cerrando para siempre aquella maldita puerta metálica.

“Mi carne puede tener miedo; yo, no”

miércoles, 20 de octubre de 2010

Metamorfosis sexual

Se sentó en la mesa de su escritorio después de dejar el vaso. La escena que acababa de ver aún estaba fresca en su memoria como la mancha de semen en el pantalón. Unos minutos antes estaba terriblemente aburrido ante la pila de papeles de su escritorio, la pantalla del portátil abierta mostraba una ventana donde una latina de enormes pechos caídos, le mandaba mensajes calientes a través de la frialdad de una webcam. Tenía la polla morcillona fuera de los pantalones, cuando unos ruidos debajo de la ventana llamaron su atención más que los ronroneos fingidos de Gata. Se asomó y vio, en la oscuridad del parque, dos figuras apoyadas contra la pared del edificio magreándose mutuamente. A él no le veía bien, pero la tipa estaba buena, tetas firmes, caderas redondas y un culo adolescente que las manos de él sobaban buscando la humedad de la entrepierna. Necesitaba un lugar mejor donde espiar a la pareja así que, con el pulso latiendo en las sienes y un bulto enorme en la entrepierna, cogió las llaves del piso y llamó al ascensor. Gata quedó masturbándose en la pantalla, mientras él apremiaba al ascensor a que bajara pronto. Completamente excitado salió a la calle, bordeó el edificio por el lado opuesto al que estaba la pareja y tomó posición detrás de unos arbustos muy cerca de ellos. Nunca le había llamado espiar a las parejas follando en los parques, pero aquella noche necesitaba algo de diversión y esos dos se la proporcionarían gratis. De pronto ella desapareció de su visión, agachada frente al chico debía haber comenzado a chupársela. La imagen del primer plano de una mamada en directo casi le hace masturbarse antes de apartar los arbustos y ver cómo se la metía en la boca. "Joder con la zorra, la chupa mejor de lo que me la han chupado a mi jamás" pensó mientras liberaba su sexo de la presión del pantalón. "Nena, hoy vas a dar placer a dos hombres a la vez sin darte cuenta" dijo en voz baja mientras se acariciaba el músculo duro y erecto.

            - No pares...por favor no pares.- "Eso nena, no pares ahora. Dios, cómo me estas poniendo ¡Ojalá Susana la chupara como tú! Nunca había visto a nadie mamarla con tantas ganas".- Aparta que me corro... me corro, me corro...-  el tipo se corrió con tanta fuerza que las ramas de los arbustos se llenaron con su semen."Que educado el hijo de puta, le dice a ella que se aparte y se corre en mi cara. ¡Hay que joderse! Pero tú nena, eres el ángel del sexo. Me he corrido como hacía años que no lo hacía", pensaba mientras se guardaba la polla y se quitaba el semen de la mejilla. Aún agachado, espero a que la diosa terminara con los cariñosos lengüetazos finales al miembro de su chico.
            - Ven preciosa, me vas a matar de placer.
            - Eso quiero...- Esa voz la había escuchado antes. No había sido solamente en una ocasión sino cada noche, precediendo a un tierno beso de hasta mañana. Apenas se atrevió a moverse rígido como estaba escondido entre los matorrales. Oyó cómo se incorporaba y el sonido de un pico, después otro y otro más
            - Joder nena, te quiero
            - Y yo a tí... - "¡Dios, Dios, Dios! Dime que no es ella, dime que no es ella..." pero si era ella. El ángel del sexo, la pervertida diosa que hacía unos momentos le chupaba la polla a un afortunado mortal, se había transformado en Lucía, su pequeña Lucía. Sin poder pensar en nada, con rastros de semen del chico aún en la cara y las últimas gotas del suyo mojando el pantalón, comenzó a gatear en dirección al portal. Al llegar, se puso en pie, abrió con el hombro la pesada puerta de cristal y llamó al ascensor. Mientras bajaba se apoyó en la pared esperando que no se apareciera ningún vecino trasnochador, se metió dentro y pulso el botón del tercer piso. Llegó hasta su casa, abrió la puerta del apartamento y pasillo adelante fue hasta la cocina, se sirvió un ron con hielo en un vaso de culo ancho del juego que le había regalado su suegra. Salió al pasillo, al fondo, justamente al lado de su despacho vio las letras moradas que delimitaban el espacio secreto de su hija, su única hija. L-U-C-Í-A, leyó en voz baja. En ese momento el ruído del ascensor le indicó que era momento de escapar, parado en la puerta de su dormitorio oyó la respiración tranquila de Susana. No quería despertarla, así que sin hacer ruido, echó a correr por el pasillo para refugiarse en el despacho (L-U-C-Í-A, otra vez). En ese momento la puerta del piso se abrió en silencio, aguantando la respiración escuchó los pasos de su hija caminando sobre el parqué hasta llegar a su cuarto. Seguramente había visto la luz del despacho encendida así que ahora, cuando dejará el bolso y se cambiara de ropa, vendría a darle las buenas noches...

            Se sentó en la mesa del escritorio después de dejar el vaso. "Cariño, ¿estás ahí?" Gata daba señales de vida en su ausencia "no me digas que te has corrido y no me has dicho nada" "Mierda" contestó a la Gata apagando el ordenador después. La puerta de Lucía volvió a abrirse, los pasos en dirección al baño le darían unos minutos más de respiro. "Disimula, ponte a hacer algo" pensó mientras buscaba entre los papeles un examen sin corregir. "El concepto de `ser´ es indefinible" leyó

            - Papá - Lucía llamaba a la puerta - Papá, ¿estás despierto?
            - Pasa Lucía - "L-U-C-Í-A" - está abierto.
            - ¿Qué haces todavía levantado? ¿Corrigiendo? Lo dejas todo para última hora, luego les dices a tus alumnos...
            - Ya se cariño, ya se - "¿Cariño? Joder, acaba de estar chupándosela a un tipo y entra aquí como si nada"
            - Me voy a la cama pero tardaré en dormirme. Mamá está durmiendo, si no quieres despertarla puedes dormir conmigo, pero no te quedes ahí ¿vale?
            - No, tranquila. Trabajaré un poco más y me iré a la cama - "¿dormir contigo? ¿Con el ángel del sexo?"
            - Buenas noches papá - "No, por Dios, no me  beses la boca"
            - Buenas noches Lucía.
           
            "La conciencia da a entender `algo´, la conciencia abre una puerta de conocimiento al ser", leyó mientras Lucía se metía en su habitación. ¿Qué puerta te abre saber que tu hija te besa la boca después de haberle comido la polla a un tipo? ¿El que eres capaz de meneártela cuando ves una buena mamada? Mierda, mierda, mierda... Soy lo peor, no te importa correrte mientras tu hija se la chupa a su chico, pero sí que te bese la boca para darte las buenas noches como ha hecho desde que tiene cinco años. ¿Qué es lo que te jode? ¿Qué se la chupe a alguien? ¿Qué te bese después o que te hayas masturbado viéndolo? Vale, está bien, no sabías que era ella...Joder, joder, joder... ¿No te la chupa Susana y luego te besa la boca? Pero eso no te importa, no. Entonces qué es, ¿qué es su deber como esposa hacerlo o es que es tu polla la que se mete en la boca? ¡Y tú qué sabrás cuantas pollas se come Susana! No desvaríes, no metas a Susana en esto, ella sólo te la chupa a tí y ya está, no te pongas a dudar ahora de ella...Pero entonces qué es, ¿que tu hija no te la chupa a tí? ¿Eso es lo que no soportas? Porque cuando Susana te lo hace, te encanta. Primero te la chupa y luego te besa o sea que no es el sabor a polla lo que te da asco...Joder, joder, joder... Lucía, mi pequeña Lucía...no me lo puedo quitar de la cabeza..." Roberto bebe otro trago de ron aguado por el hielo deshecho y las paredes del despacho se estrechan cada vez más. Los minutos pasan como gotas de agua que se escurren por el cristal, los ojos quemados por el sueño y la pila de papeles que no baja. Las imágenes de mujeres desnudas follando con desconocidos se suceden en su cabeza con un bombardeo sistemático. De entre todas ellas se repiten aquellas en las que enormes pollas entran y salen de bocas abiertas, caras llenas de semen, pechos operados que saltan al compás de movimientos pélvicos, dos hombres penetran a una mujer al mismo tiempo, dos mujeres se relamen las comisuras disfrutando de un intercambio de semen, bocas abiertas exagerando instantes de placer y, por último, el ángel del sexo dando buena cuenta del pene de su chico...

            "Mierda. Dios, que pare esto" - dice Roberto mientras el ron acaricia nuevamente los hielos y comienza a excitarse nuevamente. - "Lucía, ¿cuántas pollas abras chupado ya? ¿Cuántos tipos se habrán corrido en tus labios? No voy a dejar que me beses la boca nunca más. Sus pollas o mis besos, ya está" - nuevamente nota su sexo duro como si fuera de piedra. Baja la cremallera de los pantalones, aparta la tela del calzoncillo comenzando a meneársela frenéticamente. Le escuece la punta del pene por la fricción sin humedad, se escupe la mano como cuando tenía quince años y sólo tres minutos encerrado en el baño. - "Vamos joder, córrete de una vez. ¡Vamos! - Su polla cada vez está más dura, nota su rigidez hasta en los músculos de la pelvis. Los mulos en tensión, los pantalones bajados, el vaso con ron sobre el escritorio. Abre de nuevo el ordenador en busca de la Gata, ésta se ha marchado a otro tejado en el que sacar más dinero. - "¡Mierda!" - Roberto respira tratando de calmarse, de no pensar. Recuerda las clases de relajación, piensa en el sonido del mar, en Lucía cuando era un bebé y aún no le gustaba esconderse tras los arbustos de debajo. Esfuerzos inútiles. La tensión se extiende por las piernas hasta los tobillos, apenas puede flexionar las rodillas, el abdomen se contrae en un espasmo que le corta la respiración. - "¡Un infarto! ¡Me va a dar un infarto con la polla fuera! Susana perdóname, perdóname mi amor..." - Abre la boca para pedir ayuda, pero la vergüenza  que le encuentren así o el dolor rígido que se extiende por su pecho, le impiden si quiera susurrar algo. La mano ya no corre por el miembro enrojecido, siente que está soldado a él y no puede separarlo. Está hinchado, tan grueso que desgarraría de placer la vagina de Susana si ahora estuviera dentro de ella. Cada vez más firme, más duro y rígido, siente todo su cuerpo como su pene. Los brazos adheridos a los costados de su pecho, una mano en la polla y la otra agarrada a la primera tratando de separarla. El cuello en tensión se funde lentamente con los hombros, el bombardeo de imágenes en su mente se acelera, la Gata, Susana desnuda masturbándose para él, Ana, el culo de Carolina, los labios de Lucía besando los suyos...Apenas puede respirar y, en breve, su cerebro notará la falta de oxígeno. Pronto acabará todo, todo terminará en una explosión. Los ojos en blanco captan una imagen difusa y extraña, sus piernas se han fundido en un solo volumen, sus manos no se distinguen de la pelvis y esta, poco a poco, pierde su forma. Semen escurriendo por las tetas de Andrea, venas hinchadas por la presión, un enorme falo que crece en dimensiones, la puta que se folló cuando cumplió diez y ocho para celebrarlo. Más duro cada vez, su cabeza roza el techo de tres metros de altura, el vaso se rompe al tocar el suelo. Roberto crece, crece y crece convirtiéndose en un pene de dimensiones inabarcables, en una enorme polla que traspasa los pisos superiores con la cabeza informe circuncidada en que se ha convertido la suya propia. Del orificio único en el que se han convertido sus ojos, escurren lágrimas lechosas de semen que resbalan por las paredes del edificio, formando un lago que inunda todo el vecindario. El Gran Pene Universal, la Polla Cósmica, Roberto Cabezas Falo.

viernes, 15 de octubre de 2010

Manifiesto que...

Sólo amo lo que se ha escrito con la propia san­gre, de todo cuanto se ha escrito. Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu. No es fácil comprender la sangre extraña. Detesto a todos los perezosos que leen. Aquel que conoce al lector, ya nada hace por el lector. Un siglo más de lectores y hasta el espíritu olerá mal. Si todos tuvieran el dere­cho de aprender a leer, a la larga se estropeará no sólo la escritura, sino también el pensamiento. En otros tiempos, Dios era el espíritu. Después se hizo hombre. Ahora se ha elevado al populacho. Quien con sangre escribe máximas, no quiere ser leído, sino que se le aprenda de memoria. El camino más corto sobre las montañas va de una cima a otra; pero para seguirlo es preciso poseer largas piernas. Las máximas deben ser cúspides y aquellos a quienes se habla, hombres gran­des y vigorosos. El aire ligero y puro, el peligro cer­cano y el espíritu lleno de una alegre malignidad; todo esto compagina bien. Quiero ver a los duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se crea sus propios duendes. El valor quiere reír. No me hallo en comunión de alma con vosotros. Esta nube que veo por debajo de mí, esta negrura y esta pesadez de que me río es vuestra tormenta. Vosotros miráis a lo alto cuando aspiráis a elevación. Y yo miro hacia abajo porque estoy ¿Quién de vosotros al mismo tiempo puede reír estar alto? Quien se cierne sobre las más altas montañas, se ríe de todas las tragedias de la escena y de vida. Valerosos, despreocupados, burlones, violentos: así nos quiere la sabiduría es mujer y no puede sino a un guerrero decís vosotros «La vida es pesada de llevar.» Pues ¿a qué vuestro orgullo de la mañana y vuestra sumisión de la tarde? La vida es dura de llevar; ¡pero no os pongáis tan tiernos! Todos somos burros y burras agobiados de carga. ¿Que tenemos nosotros de común con el capullo de la rosa que tiembla porque lo oprime una gota de rocío? Verdad es amamos la vida; pero no porque estemos habituados a ella, sino al amor. En el amor siempre hay un poco de locura. Pero también siempre hay un poco de razón en la locura. Y para mí, también para mí, que me encuen­tro a gusto con la vida, las mariposas y las burbujas de jabón, y todo lo que entre los hombres se les asemeja, me parecen ser los que mejor conocen la felicidad. Deseos de cantar y llorar siente Zaratustra cuando ve revolotear a las pequeñas almas ligeras y locas, encantadoras e inquietas. Yo sólo podría creer en un dios que supiese bailar. Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profundo y solemne. Era el espíritu de la pesadez. Todas las cosas caen por su causa. Es con la risa y no con la cólera como se mata. Adelante; matemos al espíritu de la pesadez! He apren­dido a andar; desde entonces me abandono a correr. He aprendido a volar; desde entonces no espero a que me empujen para cambiar de sitio. Ahora soy ligero. Ahora vuelo. Ahora me veo por debajo de mí. Ahora baila en mí un dios.